Digamos que una persona con la que trabajé hace eones (mil millones de años -es la medida correcta-) podría haber considerado la posibilidad de hablar conmigo para una cosa de trabajo. De trabajo “de lo mío”, de lo que estoy buscando, o sea, escribir-corregir-editar-locutar-golpear platillos dorados muy fuerte y muy rápido cuando me lo pidan (cualquier cosa antes que repetir otra de estas basuras). No solo la posibilidad de hablar conmigo, sino la posibilidad muy posible de que, tras hablar conmigo, pudiera darme chance para ponerme a hacer la cosa en sí. NO SOLO HABLAR DE LA COSA, SINO LA POSIBILIDAD DE HACER LA COSA. Pero claro, esto no será un “hola, crack, qué pasa, pues venga, empiezas la semana que viene”… supongo que sería más bien un “tomarnos la temperatura”, a ver si mi acercamiento a la cosa en sí, que es una cosa muy importante para esta persona, es el correcto.
A esto me enfrento ahora mismo en mi casa, en mis días de vino y rosas (“o cerveza o pizza para ti”, que le decía Tommy Lee Jones a un policía secuestrado en Batman Forever); al despiece de la cosa en sí. Al análisis de la estructura y mecanismo de la cosa. Creo que ya sé más o menos cómo funciona, ahora el reto es hacerla funcionar y que no se note que hay un loco al volante. Todo esto, repito, yo conmigo mismo en la intimidad de mi casa. Pero aún en el caso de que ya tenga más o menos domeñada (a veces uno es gallego) la estructura del invento que puede que deba replicar, mis temores salen a la palestra para seguir produciéndome ALTOS PICORES: ¿seré capaz de sentirme seguro de lo que hago en lugar de dudar en cada coma (cada vez odio más la expresión “síndrome del impostor”, no me considero un impostor de nada, solo un tipo que tiembla más que un flan en mano de camarero)? ¿Dejaré, una vez más, que la ansiedad me posea como el demonio a la pobre chiquilla de El Exorcista? ¿Por qué el miedo tiene tan buen cliente conmigo, por qué le compro todas sus mierdas? En fin, todo esto sin ni siquiera tener una oferta en firme de nada, ni siquiera una prueba y un plazo para entregarla. Todo, como siempre, IN MY HEAD.
El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro. (Woody Allen)
Hoy no voy a eternizarme con cosas que he visto/leído y cosas que he escrito/hecho porque a veces lo sentía como una losa cuando hacía mis tinyletters, así que a modo de revoltijo os diré que estoy viendo el revival de Historias para no dormir a cargo de RTVE y Prime Video y que, como en toda antología, hay episodios mejores y episodios peores. Realmente buenos os puedo recomendar los dos primeros de la primera temporada, firmados por Rodrigo Cortés y Rodrigo Sorogoyen, respectivamente. (Eso sí, papelón de Carlos Santos haciendo de Chicho Ibáñez Serrador en el episodio del muñeco de ventrílocuo).
Los dos me parecen unas joyitas. Y he empezado a releerme el libro Mientras escribo de Stephen King donde cuenta cómo escribe lo que escribe (de momento voy por sus aventuras infantiles, el peaje a pagar por conocer cositas de técnica, que es el plato que yo me quiero comer). Hablando de platos, he pasado de las 100 reseñas en Google y hace poco me contestaron a una y… bueno, ya si eso os cuento la semana que viene
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