lunes, 5 de junio de 2023

Paco Rabal comiendo soletillas

 Elegí al azar ‘El aire de un crimen’ (película de Antonio Isasi de 1988 basada en una novela de Juan Benet) para meternos de nuevo en la pomada de la Filmoteca. Sí, veréis, cuando vivía en Dublín no dejaba de hacer listas (mentales) sobre las cosas que quería hacer cuando/si volvía(mos) a Madrid. Su pujante actividad cultural era una de las cosas con las que quería reencontrarme, y el Cine Doré representaba buena parte de esa vida de las artes a la que quería adscribirme muy fuerte cuando volviera a España. Bueno, pues en los meses que llevamos de vuelta apenas hemos ido… ¿una vez? ¿o eran dos? El año se acaba y pensé que era buena idea colocar en nuestros calendarios, antes de las cenas, los regalos y toda la pesca, una nueva visita a la Filmoteca. ¡Metámonos cultura entre pecho y espalda! Bueno, pues cuidado con la cultura porque (a veces) la carga el diablo. Digamos que ‘El aire de un crimen’, entre que llevo medio mareado desde ayer por la tarde y que es un thriller extrañísimo y tan tenso como cuando bajas a comprar el pan, me ha dejado poco poso en cuanto a sus valores cinematográficos… sí me ha dejado, sin embargo, algunos apuntes absolutamente bobos que quiero compartir con vosotros:

Sale mucha gente famosa, pero a mí me han atrapado las soletillas

Paco Rabal, que siempre me ha molado mucho desde que le descubrí de pequeñín en una serie de Telecinco llamada ‘Truhanes’, se pasa toda la película mojando unos bizcochitos, unas soletillas, en su café con leche. Esto aparece en el film hasta tres veces, y en las tres la cámara recoge cómo el señor Rabal moja a conciencia las soletillas en el café, ahí, ahí, que se empapucen bien (sé que empapuzar no significa exactamente esto, pero me encanta usar la palabra siempre que puedo y como esta es mi newsletter pues…). Es triste decir (y no habla muy bien de mi capacidad intelectual) que lo que más recordaré de esta película es a Paco Rabal merendando unos bizcochitos… pero es la pura verdad. Siempre me fascina cuando veo en una película a los actores comiendo de verdad (y no mareando la perdiz como suele pasar en el 99% de las veces -fijaos cómo marean la comida con el tenedor sin comer realmente nada, ¡¡inaceptable!!-).

Maribel Verdú tenía 18 años cuando rodó esta película, y aquí se la ve jovencísima y un puntito rolliza, en el sentido de que uno siempre tiene la cara un poco más pepona cuando es más crío… salvo en el caso de que seas un eterno ballenato y tu cara siempre sea a little bit pepona, como es el caso de quien esto escribe. Comentaba con Loida a la salida del cine un par de cosas al respecto de la Verdú: es muy raro que nunca haya currado con Almodóvar (¿ha pasado algo?); y es rarísimo (pero no tanto porque el cine ya es absolutamente global) que vaya a dar vida a la madre de Flash en la película del superhéroe que se estrenará el año que viene (a este respecto me gusta mucho la anécdota de que Maribel Verdú flipara con que el personaje tenga décadas y décadas de historia a sus espaldas y de que cuente con cienmil aventuras ya creadas en tebeos -creo haberle leído a la actriz que fue su compañera Aura Garrido quien le dejó unos cuantos cómics para empaparse de la mitología del personaje-).

También me ha llamado la atención la presencia de Ramoncín (un tipo al que le tengo cariño desde Lingo -cualquier concurso relacionado con palabras me interesa-), las encantadoras intervenciones de Rafaela Aparicio (que siempre ha sido fantástica), descubrir que Miguel Rellán y Terele Pávez no han sido siempre viejos (esto ya lo sabía, pero no tenía pruebas gráficas -están los dos muy bien-)… en fin, prefiero dejar aquí mis apuntes, porque el resto son un poco más negativos y ya me he pasado yo dos horitas sufriendo la peli, para qué extender el sufrimiento, que esto no es The Ring. Seguro que la novela está mejor.


Cositas que he hecho…

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