jueves, 31 de marzo de 2022

Cuando el dueño de tu hotel es un psicópata

Hace un par de años, puede que tres (puede que SEA VIEJO Y NO ME UBIQUE), hicimos un viaje por Creta maravilloso, espectacular. Una cosa monísima. Paramos un par de días en una de aquellas pequeñas localidades llenas de encanto, olivitas, puestas de sol, tourists traps; y esa omnipresente mezcla de azul y blanco que inunda toda la isla. El hotel en el que decidimos hacer noche tenía buena pinta: bueno, bonito y barato. Y, de regalo, dueño pintoresco. Lo pintoresco siempre se agradece.

Salvo cuando lo pintoresco turns on psycho.

Resulta que a este buen hombre le hice una crítica de su hotel absolutamente amable... pero no en términos tan absolutos como él deseaba. Y fue entonces cuando comprobé que la ABSOLUTIDAD es lo que daba sentido a su vida. Si no le dabas la aprobación absoluta al hotel del que era dueño, te perseguiría absolutamente. Hasta los absolutos confines del planeta TERRA. Terra mítica. Persecución mitológica. El Minotauro. La psicopatía. Todo mezclado.

Se dedicó a mandarme mensajes al móvil pidiendo una rectificación inmediata (y absoluta), que si le estaba haciendo perder clientes, que si mi valoración no reflejaba la experiencia vivida (¿¿pero qué clase de "experiencia" se cree que proporciona este señor alquilándote dos paredes y un techo??), más tarde la cosa ESCALATED QUE FLIPAS y empezó a hacerme llamadas que yo rechazaba sistemáticamente (mi temor por los psicópatas era, también, ABSOLUTO)... y cuando le bloqueé por tierra, mar y aire (en vista de que una de las convicciones de este señor era su profundo desprecio por el diálogo), empezó a llamarme desde DISTINTOS TELÉFONOS FIJOS distribuidos en distintas regiones de la isla de Creta. ¿Llamaba él? ¿Llamaban sus amigos hoteliers? ¿¿Tenía una red de hoteleros perfectamente conjuntada para ANIQUILAR LAS CRÍTICAS NEGATIVAS como si fueran los de la Cienciología? No podía bloquearle. Su as en la manga (los teléfonos fijos, el cableado, los estúpidos postes de la luz) me había dejado en pañales. En pañalitos. Gugu tata. El dueño había recurrido a la era analógica para puentear al mundo digital. Él era el Minotauro y yo estaba encerrado en su siniestro laberinto. De la botella de champán (barato), el zumo de frutas (puro concentrado) y la cesta con manzanas de aquella entrañable noche en la que nos recibió no quedaba ya ni la pegatina que ponía "pink lady". Venía a por mí. Venía con todo. Y no se detendría hasta que mis deditos teclearan su macabra melodía.

Oye, que nada, que al final llamé un par de veces a Booking (y les mandé dos o tres emails, con estas cosas hay que ser pesado) y le dijeron al buen hombre que lo de acosar a huéspedes está feo y que o "deponía su actitud" o tendrían que tomar medidas contra su establecimiento.

El acoso frenó de manera ABSOLUTA. Y mi valoración positiva, pero no radicalizada, de su hotel se quedó tal cual estaba. Podría haberle dado al "EDIT" y actualizar mi comentario alertando a sus futuros huéspedes... pero entendí que cuando escapas de Ghostface, Michael o Jason, lo único que puedes hacer es disfrutar del regalo de la vida que no te ha sido arrebatada. 

De esta (apasionante) vivencia saqué dos conclusiones: la primera es que por mucho que el mundo nos ofrezca la posibilidad de criticarlo todo y puntuarlo todo y valorarlo todo, a veces no es necesario (no me acabo de aplicar el cuento del todo); y, la segunda, que nunca sabes donde va a saltar la sorpresa.

Que se lo digan a Marion Crane.

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