sábado, 16 de noviembre de 2019

Mientras trabajo

El tele-trabajo (o, para ser más correcto, el tele-trabajo de oficina) permite ciertas libertades (o, para ser más correcto, libertinaje) que hace la cosa un poquito más llevadera. En mi caso, durante las ocho largas horas que tengo que sentar mi culito blanco delante de la pantalla del ordenador, acuden en mi ayuda unas cuantas actividades de recreo con las que intento aguantar el tirón lo mejor posible. A saber: escucho muchos podcasts y programas de radio (Carne Cruda, El partidazo de COPE, Campamento Krypton), leo muchos periódicos online (El País, El Diario, As) y consulto febrilmente páginas webs sobre cine y televisión (Slashfilm, Imágenes online y... bueno, mayormente estas dos). Pero lo que hago más tiempo de todo el tiempo que me permito a mí mismo perder el tiempo es darle al pajarito azul, Twitter. Hasta la adicción.

Imaginad que montan un parque de atracciones en un agujero negro, esto es Twitter. Cada tweet de cada persona me parece interesante y/o divertido, con links, fotos y vídeos igual de interesantes y/o divertidos... con lo que los minutos, y las horas, se pierden como lágrimas en la (eterna) lluvia (de Dublín). He probado ya unas cuantas veces lo de quitarle la App el móvil, pero eso no me impide consultarlo en mi portátil... el verdadero problema no es el vicio en sí que me supone esta red social sino la cantidad de tiempo que puedo dedicarle. Esto indica que mi trabajo me importa bastante menos que los cantos de un pajarito y que estoy realizando mi trabajo de la peor de las maneras posibles. Pero yo ya no sé cómo hacerlo de otra forma. O sí. Pero ya no me apetece.

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