jueves, 7 de noviembre de 2019

La voz calladita

Venga, admitiré esto en público (si a una TinyLetter dirigida a pocos suscriptores se le puede calificar de "decir algo en público"): tengo la voz callada. De siempre he tenido cierto miedo a expresar mi opinión sobre ciertos temas y es por esto que me refugio aquí, en las teclitas. Siempre lo visto de "no, es que me encanta escribir"; que me encanta, pero también me ayuda a dar salida a opiniones que de lo contrario se quedarían durmiendo el sueño de los justos (yo me pregunto, ¿quiénes son estos justos que duermen como ceporros?).

Tengo ya una edad en la que CAMBIAR, con mayúsculas, es complicado; me contentaría con cambiar con minúsculas, un poquito, un regatito. Suelo callarme las cosas para no perturbar a mi interlocutor, para no aguantar una réplica que no sepa contrarrestar, para no ir a la contra (y suelo ir a la contra, por muy establishment que parezca todo mi ser). Estoy un poco hasta los huevitos de no incomodar, de ser respetuoso hasta el acojinamiento (dícese de ponerte un cojín debajo del culete para que estés cómodo, no confundir con acojonamiento, que es lo que provoca que no hable).

En fin, que es tarde y no quiero indagar más en mi psique de lo que lo estoy haciendo, tan solo quería deciros que uno de mis propósitos de año nuevo va a ser meterme en más fregaos verbales. A ver si empiezo a actuar conforme a mi edad y, cual viejo que se cuela en la marquesina del autobús porque ya SE LA SUDA TODO, empiezo a decir lo que quiero decir.

Y no solo a escribirlo.

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