¿No das saltos de alegría con la yinkana (dice la RAE que se escribe así por mucho que a Juan le dé rabia) navideña de ir a una casa tras otra a esas cenas de Nochebuena, comidas de Navidad, roscón con chocolate en Reyes y toda la pesca Pascua? ¡No preocuparse, dientes, que es lo que les---! He aquí una lista de ventajas (que he ido elaborando yo mentalmente cada vez que he ido a un hogar ajeno) con las que podréis encarar estas comidas (quizá ya para el próximo año) de forma absolutamente positiva:
-Comes gratis: Esto, de pequeño, se te escapaba absolutamente; pero a día de hoy, talluditos que somos todos, creo que es un PRO pero muy pro (de profesional). Yo, por ejemplo, no compro comida desde el 23 de diciembre. Hechos, no palabras.
-Puedes robar comida: Extensión del punto 1. En estas cenas y reuniones navideñas hay comida para parar un tren y como todos acaban llenos como un tonel, no está de más dejar caer un "oye, pues si esto os sobra me llevo un tupper" (ya me puede decir la RAE misa que se escribe "táper", hay límites que no puedo sobrepasar). Es aconsejable, eso sí, vender tu intención de ROBAR COMIDA con unas flores al cocinero: "oye, esto me ha encantado, está de RE-CHUPPETTE (así como dándole un aire francés y culinario al término), ¿me puedo llevar a casa un poquito de lo que ha sobrado". Y la generosidad navideña hará el resto: "¡sí, claro, te preparo un tupper!". Es imprescindible la palabra "oye", que funciona muy bien. Interpela, pero desde la confianza.
-Cotilleas casas ajenas: Yo siempre escaneo a tope su colección de libros, DVD's (en caso de haberlos, cada vez más en desuso esta balda del salón), decoración navideña (muy superior siempre a la mía, hechos no palabras) y sus muebles. Me gusta hacer fichajes para mi propia casa. Que no tendré nunca. En cualquier caso, que te inviten a una casa ajena te da todo el derecho a cotillear como a un tertuliano de Sálvame, ¡no la desaproveches, muchacho, finge ganas de ir al excusado solo para ver cómo lo tienen!
-(Re)descubres viejas glorias en el Telepasión: No sé si recordáis la serie Sigue Soñando, que al principio se veía a un bebé frente al televisor y cómo ese bebesito iba creciendo hasta convertirse en el prota de la serie siempre frente al televisor... Bueno, pues ahí tenéis mi infancia, right there. Así que yo me veía los telepasiones todos los años, eso de juntar a todos los presentadores de TVE y ponerlos a hacer playbacks me parecía fascinante, un puntito demencial, siempre aprovechable. Ahora los adultos hablan de sus cosas de adultos, pero yo me llevo las gafas para entrever, apartando gambas y bloqueando sonido ambiente, qué nuevos teatrillos han montado en TVE (porque en Navidad se pone La 1, que no te den sucedáneos). Debo confesar que el otro día, quitando a la Obregón, no conocía ni al Tato. Quizá deba verlo properly, sin turrones ni peladillas de por medio. Debo decir en mi defensa que todas esas caras desconocidas a mí no me suenan porque he vivido casi una década en Irlanda, no es solo que sea ya un viejo. Hechos, no palabras.
-Observas otra forma de hacer las cosas: Entendiendo que estas casas son hogares a los que vas 2-3 veces al año como mucho... por lo tanto, no sabes exactamente cómo hacen las cosas allí. Por ejemplo, ¿dónde guardan el abridor para esa cerveza que solo quieres beber tú ignorando al resto de la mesa y su aceptada etiqueta social de TODOS BEBEMOS VINO PORQUE ES GUAY BEBER VINO? O, no sé, ¿qué tipo de queso ponen ellos con el membrillo? ¿Es verdad que en las casas de los otros es posible ver cómo ponen manteles, servilletas y cubertería de puro lujo al contrario que "lo más barato del Lidl" como haces en tu hogar? (Hechos, no palabras). O cosas más de andar por casa, ¿dónde dejan los abrigos cuando el perchero está lleno? ¿Cómo llevan la separación de basuras? ¿Cuelgan toda clase de mierdas en el frigorífico o lo tienen limpito? ¿Te reciben al llegar con un fondo musical de jazz guay en lugar de los hits de Taylor Swift, Selena Gomez y Carly Rae Jepsen como haces en tu casa, Juan (hechísimos, no palabras)? ¡Feliz Navidad!
Qué duros debieron ser aquellos ocho meses, desde finales de noviembre de 2012 hasta mediados de julio de 2013, cuando no se podían encontrar Twinkies en las estanterías de los supermercados de Estados Unidos. Ocho meses en los que este bizochito relleno de puro placer cremoso, similar a nuestro Círculo Rojo, tuvo que lidiar con problemillas de bancarrota por parte de Hostess Brands, la marca que produce en (esponjosa) masa los Twinkies desde 1930. El norteamericano medio andaba desesperaíto perdío, ¡hasta le montaban exposiciones artísticas al bollo rezando para que no desapareciera! Me pregunto si se produciría un mercado de estraperlo por aquel entonces, con gente importando los pastelitos desde Canadá (Bimbo los produce allí en sus hornos de Montreal) o desde México (donde los produce Marinela bajo el nombre de Submarinos). Y es que los Twinkies, suerte de soletillas rellenas de la pasta más industrial, calórica y adictiva que puedas imaginar, llevan años satisfaciendo la necesidad (humana, innegable) de meterse un bollito rico entre pecho y espalda de millones de americanos. Pero… ¿de qué planeta vinieron estos submarinos dulces y cósmicos?
Estos “bizcochitos dorados con crema de vainilla” nacieron en Schiller Park, en el condado de Cook, Illinois, y fueron creados por James Alexander Dewar, un pastelero canadiense de la Continental Baking Company al que le daba cosa ver paradas las maquinas con las que rellenaban pastelitos de fresa cuando las fresas ya no estaban en temporada. El bueno de James pensó que podían rellenar los pastelitos con crema de banana y decidió bautizar a su creación como “Twinkie” tras ver un anuncio en Sant Louis de unos zapatos llamados Twinkle Toe Shoes (menos mal que no decidió llamarlos “zapatos”). Como durante la Segunda Guerra Mundial había racionamiento de comida (entre ella, la banana), a Continental Baking Company se le ocurrió cambiar el relleno de banana por crema de vainilla y… ¡pum! Magia. El cambio gustó tanto que la vainilla se asentó como la receta más tradicional y conocida de los Twinkies, dejando al plátano como un guiño nostálgico que apenas volvió en 2007 con motivo de una promoción de un par de años antes relacionada con el King Kong de Peter Jackson.
A día de hoy, las 130 calorías de cada Twinkie (que, dependiendo de la versión, duran entre 25-45 días sin ponerse malos gracias a la ausencia de lácteos en su receta) se desglosan en: harina de trigo, azúcar, sirope de maíz alto en fructosa, agua, niacina, huevos y aceite vegetal. Existen, lógicamente, distintas variedades del bollito: con relleno de crema de calabaza o algodón de azúcar o con bizcocho de chocolate y menta, o la salvaje variedad (¿casera?) de Twinkies fritos (literalmente, rebozar un Twinkie y freírlo en aceite bien caliente), y hasta las tartas y cupcakes de Twinkies. Una curiosa y atrevida nueva versión de los Twinkies, con una crema azul fantasmagórica, fue lanzada al mercado con motivo del estreno de la all-girls Cazafantasmas. Ya cuando se estrenó la película original en1984 salió a la venta una edición especial con relleno verde-lima, un poco como los mocos espectrales en los que embadurnan a Bill Murray... ¡pero también salían en la propia película! Recordemos que Egon (el añorado Harold Ramis) usaba uno de estos pastelitos para representar el nivel de energía psicoquinética en Nueva York.
Su presencia en la cultura pop es manifiesta: anuncios, exposiciones de arte, cómics, productos derivados para niños... y, por supuesto, cine y televisión. En Jungla de Cristal vemos que el sargento Al Powell (nuestro querido Carl Winslow de Cosas de casa) es un policía que se pirra por los Twinkies y no los dónuts, en la secuela de Ghost Rider (donde Nicolas Cage infunde aún más miedo cuando es él mismo que cuando es una calavera en llamas) vemos cómo los Twinkies no se deterioran con el paso del tiempo… haciéndose eco de la mala fama del producto a cuenta de que no tiene un solo ingrediente natural; algo en lo que inciden en Padre de familia, donde se ponen a salvo del fin del mundo en una fábrica de Twinkies (por esa creencia popular de que “nunca” se ponen malos). Nuestros queridos pastelitos aparecen en El Gigante de Hierro, Los Simpson, Disturbia (Shia LaBeouf se aburre tanto con su arresto domiciliario que se pone a hacer torres de Twinkies que une con pegamento), Algo para recordar, Zombieland (Woody Harrelson busca incansablemente el último Twinkie en un mundo infectado de muertos vivientes), Grease o Wall-E. Además, el cómico Weird Al Yankovic (cuyo biopic protagonizado por Daniel Radcliffe se ha estrenado recientemente) creó un perrito caliente que exploraba los límites de las papilas gustativas al usar un Twinkie partido por la mitad para sujetar la salchicha.
La revista Time la nombró la cómica basura más icónica en 2012, cuando Hostness anunció su cierre. Apollo Global Management y Metropoulos and Co sacaron a los bollitos del limbo en marzo de 2013 y volvieron a ponerlos en los estantes de los supermercados, junto con esos galones de leche y cajas demenciales de cereales, el 15 de julio de 2013 (grave error no hacer coincidir su regreso con el día de la independencia americana…). A día de hoy, Hostness ha recuperado la marca y produce más de un millón de Twinkies al día y 400 millones al año; a mí me parecen cantidades groseras pero, finalmente, consecuentes con un dulce donde el exceso es la norma. Los políticos, amigos también ellos del exceso cuando se trata de arañar votos, le han tendido la mano sin ambages a nuestros bollitos. Tomemos el caso de Bill Clinton, el ex-presidente de Estados Unidos, que junto a un grupo de representantes eligieron en 1999 al Twinkie como uno de los productos merecedores de ser introducido en una cápsula del tiempo. ¿Sus méritos? Ser, simple y llanamente, un “objeto de inacabable simbolismo americano”. Pero la unión más delirante de Twinkie con “lo popular” tiene que ser, a la fuerza, la que se estableció entre el bizcochito y el mundo de la abogacía, estamos hablando de “la defensa Twinkie” (dejad que salte a otro párrafo justo después de apretarme un Twinkie… oh, sí… oh, cremoso…).
La “Twinkie Defense” es un término acuñado por la prensa en el caso de Dan White y los asesinatos en San Francisco de los políticos Harvey Milk y George Moscone. El abogado de Dan White alegó en defensa de su cliente que los asesinatos que había cometido se debían a una “reducida capacidad mental” como resultado de una depresión (depresión evidente, entre otras cosas, al haber pasado su cliente de una dieta sana a una formada por Twinkies y otros productos azucarados). Se extendió el rumor de que el abogado culpaba directamente a los Twinkies de las acciones de su defendido… con lo que podemos constatar que en 1978 también corrían como la pólvora las fake news y los clickbaits. Si hacemos caso de las informaciones que recuerdan el caso, veremos que el abogado de Dan White ni siquiera mencionó la marca “Twinkie”, sino que lo dijo un testigo de pasada, y que en absoluto basaba toda su defensa en que “los bollitos le volvieron loco”. En la (estimable) comedia romántica La verdad sobre gatos y perros se hace una referencia a la “defensa Twinkie” en uno de sus diálogos.
Algo igual de llamativo (y, desde luego, mucho menos grave) es el caso de Judd Slivka en 1988. Este adolescente de Livingston, Nueva Jersey, montó una campaña que ríete tú de la de Alf para recuperar su programa de polka favorito en la tele, cuando se enteró de que iban a “matar” a Twinkie The Kid, la mascota de los Twinkie (un Twinkie con traje de cowboy… tampoco es que se rompieran la cabeza). El chaval envió una carta con 135 firmas de amigos, familiares y hasta el director de su colegio amenazando con dejar de comer los bollitos si no le perdonaban la vida a Twinkie The Kid. Dicho y hecho, la mascota “resucitó” en 1990 y es probable que Judd Slivka sea hoy en día un entrañable señor con sobrepeso y venas obstruidas de tanto comer Twinkies. ¡Bien está lo que bien acaba, Judd! Mirad, sanos no son, pero son parte de nuestra vida (especialmente de la de los yanquis) y de algo hay que morir; quizá en un mundo lleno de peligros, los Twinkies sean el más esponjoso y dulce de los venenos. ¡Oh, Twinkies, Oh, grandes!
Llevo un tiempo bastante dedicado al tema de las Google Reviews, esto es, cada vez que voy a comer/cenar/hacer el pino puente a cualquier sitio, le hago unas fotos y más tarde cuelgo mi "crítica" (de puro aficionado) en Google (aquí tenéis mis reseñas). Sobre todo a la hora de comer, y más exactamente a la hora de comer barato (no suelo gastar más de 12-15 euros cuando como fuera, si gasto más ya me parece caro, así de ratatouille soy), me gusta apostar sobre seguro; y para ello no encuentro mejor referencia que las reviews de la gente en Google. Para mí, las Google Reviews son como el Almanaque Deportivo para Marty McFly, me dice de antemano lo que va a pasar.
Mi ansia de fotografiar y comentar todo lo que encuentro no se debe solo a mi deseo de ayudar al prójimo ofreciendo mi opinión más honesta, que también; sino igualmente a mi afición a escribir, escribir y escribir y seguir escribiendo non-stop (de esto ya he hablado largo y tendido aquí). Si no escribo sobre algo que haya visto, comido, vivido... es que como si no lo viviera del todo. Escribir es algo así como mi Instagram; si voy a un concierto no quiero hacerle un vídeo y compartirlo en redes, lo que quiero es ESCRIBIR SOBRE ELLO. Entiendo que vivimos en un mundo más visual, de impactos, que de largas prosas... pero a mí me encanta teclear y no puedo remediarlo. Así que vale, fundamentado mi ánimo reseñador en mi deseo de ayudar y mi amor por escribir, la pregunta que me hago es... ¿esto le vale a alguien de algo? Es decir, yo no entro a comer en ningún sitio si antes las Google Reviews no le dan su bendición (y en esto no vale solo mirar la puntuación media, hay otros muchos factores que contribuyen a este aprobado online), pero ¿y la gente? ¿Es obsesa de esto como yo o solo lo usan de pascuas a ramos? ¿Los que lo usan lo toman como palabra sagrada o miran las fotos y el menú del local y ya está sin pararse a leer las opiniones insignificantes de todos los reseñadores que en el mundo somos?
Antes de seguir, una aclaración, hablo mayormente de sitios de comer (bares, restaurantes y titiriteros que te cocinan mientras tocan la trompeta subidos a una tramoya) porque esos son los sitios que yo frecuento... y sobre los que he decidido escribir mis reseñas en Google. Y es que hay otra web cuyas reseñas trabajo bastante, que es Booking.com, donde suelo dejar mis opiniones tras alojarme en cualquier hotel al que he llegado reservando con ellos (en este blog indican que bares, restaurantes y hoteles son, con mucha diferencia, los negocios que más Google Reviews acumulan). Lo cierto es que en Booking he tenido alguna experiencia negativa, muy negativa, a la hora de dejar opiniones debido a la respuesta de ciertas personas; y es por eso que en Google he preferido alejarme de ese ruido. Otro día nos metemos en el tema hoteles (y en la adaptación española de Hotel Hell con Kike Sarasola haciendo las veces (¡já!) de Gordon Ramsay). Así que vayamos al negocio: ¿las reviews de Google aportan, influyen, AYUDAN realmente a alguien? La primera respuesta sería: SÍ, Y MUCHO.
Los negocios están como locos por la música con las Google Reviews. Como bien dicen en este post, somos esclavitos de los likes y las estrellitas para medirlo casi todo en esta vida loca que llevamos, y para ello los negocios (algunos, no todos) se dedican a darse muchas estrellas a sí mismos y poner a parir a la competencia. Una forma rápida de distinguir reseñas fake y auténticas es ver el perfil del reseñador, si tiene menos de 5 reseñas y es una crítica extraordinariamente positiva del sitio y gustándose demasiado en detalles como el personal ("todas las personas que me atendieron fueron un encanto y puedo confirmar que mi madre es recibida siempre como si fuera un miembro de su familia") casi seguro que es falsa. Pero vamos, que sí, que a los negocios les interesan mucho las reviews que dejamos en Google (como Google lo sabe, les da unos consejos para que reciban buenas reseñas). En este otro post, aconsejan a los negocios contestar siempre a las reseñas, ya sean positivas o negativas, ya que esto demuestra preocupación por el cliente y expresa un deseo de mejora evidente. Eso sí, yo cada vez que veo una RESPUESTA ROBÓTICA a un comentario negativo ("nos tomamos muy en serio tu opinión para seguir mejorando"), sin contestar a nada específico de lo que se ha criticado, me dan ganas de ir al local Y QUEMARLO. ¡Con antorchas, theatrics a tope! En este post dan consejos a los negocios para responder a los clientes que han dejado una review (los consejos 4 y 5 me parecen ciertamente valiosos).
Pero lo cierto es que los "Local Guides" (ejem... así nos califica Google a los que dejamos reviews, soy un mero notario de la actualidad) son muy importantes... para los negocios, y parece que únicamente para ellos. Cuando busco la importancia o influencia de las Google Reviews en los clientes, en Pepito antes de ir a cenar a Bar Paqui, no encuentro casi nada. ¿Acaso no son importantes para los clientes? Si tanto las buscan, las ansían, las persiguen los negocios, será porque si muchas reseñas dicen que Bar Paqui es una mierda pinchá en un palo, pues Pepito no irá a cenar allí, ¿no? Entiendo que perseguir un buen historial de reseñas en Google no es por una mera cuestión estética, sino también práctica. Rebuscando un poquito más, con más ahínco, vamos que tú puedes, he dado con algo que responde a mi duda. Como bien dicen aquí, sí, las críticas en Google son importantes para los usuarios... pero solo a nivel básico y primario. Es decir, Pepito irá a Bar Paqui si ve 50 críticas y una puntuación media de 4,5 sobre 5. Pero si Pepito ve solo 3 reseñas de Bar Paqui y una puntuación media de 5 entenderá que, a pesar de que la puntuación es mayor que antes, son muy poquitos testimonios como para darle credibilidad a esas cinco estrellas (a lo mejor fueron a comer a Bar Paqui tres señores de Murcia que carecen de papilas gustativas porque se dañaron la lengua un día tomando un gazpacho falso de esos que toman ellos, ¡no podemos descartarlo!). Los usuarios (y potenciales clientes) se fían de las Google Reviews echándole un vistazo rápido al número de reseñas y puntuación media, nada de leer las largas peroratas y revisar las 23 fotografías que ha dejado el loco de turno (hola, soy Juan, qué tal estás). Bueno, con esto me vale.
Personalmente, todavía estoy aprendiendo a cómo dejar reseñas malas intentando no molestar o no perjudicar demasiado al negocio en cuestión... y es un proceso que me va a llevar más tiempo del que creía. En breve me extenderé un poquito más en esto: qué decir, qué no decir, cómo no disparar las trigger alarms de los negocios para que no te salten a la yugular en sus respuestas, etc. De momento, yo creo que este tocho letal es más que suficiente para que me denuncies. Nos vemos en Plaza de Castilla.
¿No os pasa que, viendo la enésima comedia hollywoodiense, pensáis en lo gracioso que es ese actor o actriz... fuera de la película? Es como si un cómico o cómica brillante llegara al plató de la película a la que han conseguido llegar gracias a su talento y, de repente, les desapareciera todo aquello que les hizo llegar al plató. ¿Pero este/a no era un/a crack? Bueno, pues sí, justo antes de estrenar esa película era la caña, ¿qué ha pasado? Tomemos el caso de Jimmy O Yang. YouTube me sugirió ver el vídeo de debajo, lo vi, y me pareció un tipo con talento. Es un extracto de un monólogo, activad los subtítulos si queréis, a ver qué os parece:
Simpático, ¿no? A mí me parece un tío gracioso, jugando con los estereotipos asiáticos, las costumbres americanas... bien. Bueno, pues antes de ver esto yo ODIABA a Jimmy O Yang. ¡Hollywood me hizo odiarlo! Le había visto reducido al papel de "asiático gracioso" en dos lamentables películas como Fantasy Island y ¡Qué duro es el amor!. ¿Cómo es posible que el tipo del vídeo de ahí arriba, que tiene talento como para (por lo menos) sacarte una sonrisa, sea una presencia miserable en LAS PELÍCULAS? Resulta que Jimmy O Yang es monologuista, guionista... ¡y licenciado en económicas!
Bueno, pues es posible porque Hollywood tiene la molesta costumbre de reclutar a personas con talento para sus películas mainstream y, una vez allí, limarles cualquier arista graciosa o particular para servirlas al público como el enésimo producto blanco, neutro, igual que todos los demás. "Tú ponte aquí a recitar este guión aprobado por 20 ejecutivos y luego ya si eso vemos tus gracietas...". Esta sensación de neutralizar a gente con talento para ponerlos al servicio de una cosa sin mucha gracia, la llevo teniendo desde hace años, pero hace poco me ha hervidito la sangre con una película llamada The People We Hate at the Wedding.
En esta "comedia sobre una familia disfuncional" (ya...) sale gente que a mí me parece que, oye, vamos a ver lo que dicen: Kristen Bell, Ben Platt, Allison Janney, Jorma Taccone (¡The Lonely Island!), etc. En fin, que tenemos un reparto que ojito cómo me descuide que tenemos aquí una comedia de las de reír de verdad... Bueno, pues error. Error como las convocatorias de Luis Enrique. Aquí tenemos el vigesimoquinto guión estandarizado, robotizado, generado por una AI cuando se le han introducido los términos "comedia familiar segura, situaciones esperpénticas pero poco, incorrección política controlada", y la AI lo ha clavado, claro. Recemos para que todos esos actores y actrices que despuntan gracias a su talento, power y originalidad puedan poner a salvo todo su talento, power y originalidad cuando Hollywood llame a su puerta. Porque Hollywood es un liante: reconoce su talento, les quiere por su talento, pero luego les quita todo el talento cuando ya los tiene. ¡¡Hollywood, por qué!! Os dejo con uno de mis videoclips favoritos de The Lonely Island y al menos nos vamos con una sonrisa.