lunes, 19 de diciembre de 2022

¿Mataron los Twinkies a Harvey Milk? y otros mitos del pastelito americano supremo

Qué duros debieron ser aquellos ocho meses, desde finales de noviembre de 2012 hasta mediados de julio de 2013, cuando no se podían encontrar Twinkies en las estanterías de los supermercados de Estados Unidos. Ocho meses en los que este bizochito relleno de puro placer cremoso, similar a nuestro Círculo Rojo, tuvo que lidiar con problemillas de bancarrota por parte de Hostess Brands, la marca que produce en (esponjosa) masa los Twinkies desde 1930. El norteamericano medio andaba desesperaíto perdío, ¡hasta le montaban exposiciones artísticas al bollo rezando para que no desapareciera! Me pregunto si se produciría un mercado de estraperlo por aquel entonces, con gente importando los pastelitos desde Canadá (Bimbo los produce allí en sus hornos de Montreal) o desde México (donde los produce Marinela bajo el nombre de Submarinos). Y es que los Twinkies, suerte de soletillas rellenas de la pasta más industrial, calórica y adictiva que puedas imaginar, llevan años satisfaciendo la necesidad (humana, innegable) de meterse un bollito rico entre pecho y espalda de millones de americanos. Pero… ¿de qué planeta vinieron estos submarinos dulces y cósmicos?

Estos “bizcochitos dorados con crema de vainilla” nacieron en Schiller Park, en el condado de Cook, Illinois, y fueron creados por James Alexander Dewar, un pastelero canadiense de la Continental Baking Company al que le daba cosa ver paradas las maquinas con las que rellenaban pastelitos de fresa cuando las fresas ya no estaban en temporada. El bueno de James pensó que podían rellenar los pastelitos con crema de banana y decidió bautizar a su creación como “Twinkie” tras ver un anuncio en Sant Louis de unos zapatos llamados Twinkle Toe Shoes (menos mal que no decidió llamarlos “zapatos”). Como durante la Segunda Guerra Mundial había racionamiento de comida (entre ella, la banana), a Continental Baking Company se le ocurrió cambiar el relleno de banana por crema de vainilla y… ¡pum! Magia. El cambio gustó tanto que la vainilla se asentó como la receta más tradicional y conocida de los Twinkies, dejando al plátano como un guiño nostálgico que apenas volvió en 2007 con motivo de una promoción de un par de años antes relacionada con el King Kong de Peter Jackson. 

A día de hoy, las 130 calorías de cada Twinkie (que, dependiendo de la versión, duran entre 25-45 días sin ponerse malos gracias a la ausencia de lácteos en su receta) se desglosan en: harina de trigo, azúcar, sirope de maíz alto en fructosa, agua, niacina, huevos y aceite vegetal. Existen, lógicamente, distintas variedades del bollito: con relleno de crema de calabaza o algodón de azúcar o con bizcocho de chocolate y menta, o la salvaje variedad (¿casera?) de Twinkies fritos (literalmente, rebozar un Twinkie y freírlo en aceite bien caliente), y hasta las tartas y cupcakes de Twinkies. Una curiosa y atrevida nueva versión de los Twinkies, con una crema azul fantasmagórica, fue lanzada al mercado con motivo del estreno de la all-girls Cazafantasmas. Ya cuando se estrenó la película original en1984 salió a la venta una edición especial con relleno verde-lima, un poco como los mocos espectrales en los que embadurnan a Bill Murray... ¡pero también salían en la propia película! Recordemos que Egon (el añorado Harold Ramis) usaba uno de estos pastelitos para representar el nivel de energía psicoquinética en Nueva York

Su presencia en la cultura pop es manifiesta: anuncios, exposiciones de arte, cómics, productos derivados para niños... y, por supuesto, cine y televisión. En Jungla de Cristal vemos que el sargento Al Powell (nuestro querido Carl Winslow de Cosas de casa) es un policía que se pirra por los Twinkies y no los dónuts, en la secuela de Ghost Rider (donde Nicolas Cage infunde aún más miedo cuando es él mismo que cuando es una calavera en llamas) vemos cómo los Twinkies no se deterioran con el paso del tiempo… haciéndose eco de la mala fama del producto a cuenta de que no tiene un solo ingrediente natural; algo en lo que inciden en Padre de familia, donde se ponen a salvo del fin del mundo en una fábrica de Twinkies (por esa creencia popular de que “nunca” se ponen malos). Nuestros queridos pastelitos aparecen en El Gigante de Hierro, Los Simpson, Disturbia (Shia LaBeouf se aburre tanto con su arresto domiciliario que se pone a hacer torres de Twinkies que une con pegamento), Algo para recordar, Zombieland (Woody Harrelson busca incansablemente el último Twinkie en un mundo infectado de muertos vivientes), Grease o Wall-E. Además, el cómico Weird Al Yankovic (cuyo biopic protagonizado por Daniel Radcliffe se ha estrenado recientemente) creó un perrito caliente que exploraba los límites de las papilas gustativas al usar un Twinkie partido por la mitad para sujetar la salchicha.

La revista Time la nombró la cómica basura más icónica en 2012, cuando Hostness anunció su cierre. Apollo Global Management y Metropoulos and Co sacaron a los bollitos del limbo en marzo de 2013 y volvieron a ponerlos en los estantes de los supermercados, junto con esos galones de leche y cajas demenciales de cereales, el 15 de julio de 2013 (grave error no hacer coincidir su regreso con el día de la independencia americana…). A día de hoy, Hostness ha recuperado la marca y produce más de un millón de Twinkies al día y 400 millones al año; a mí me parecen cantidades groseras pero, finalmente, consecuentes con un dulce donde el exceso es la norma. Los políticos, amigos también ellos del exceso cuando se trata de arañar votos, le han tendido la mano sin ambages a nuestros bollitos. Tomemos el caso de Bill Clinton, el ex-presidente de Estados Unidos, que junto a un grupo de representantes eligieron en 1999 al Twinkie como uno de los productos merecedores de ser introducido en una cápsula del tiempo. ¿Sus méritos? Ser, simple y llanamente, un “objeto de inacabable simbolismo americano”. Pero la unión más delirante de Twinkie con “lo popular” tiene que ser, a la fuerza, la que se estableció entre el bizcochito y el mundo de la abogacía, estamos hablando de “la defensa Twinkie” (dejad que salte a otro párrafo justo después de apretarme un Twinkie… oh, sí… oh, cremoso…). 

La “Twinkie Defense” es un término acuñado por la prensa en el caso de Dan White y los asesinatos en San Francisco de los políticos Harvey Milk y George Moscone. El abogado de Dan White alegó en defensa de su cliente que los asesinatos que había cometido se debían a una “reducida capacidad mental” como resultado de una depresión (depresión evidente, entre otras cosas, al haber pasado su cliente de una dieta sana a una formada por Twinkies y otros productos azucarados). Se extendió el rumor de que el abogado culpaba directamente a los Twinkies de las acciones de su defendido… con lo que podemos constatar que en 1978 también corrían como la pólvora las fake news y los clickbaits. Si hacemos caso de las informaciones que recuerdan el caso, veremos que el abogado de Dan White ni siquiera mencionó la marca “Twinkie”, sino que lo dijo un testigo de pasada, y que en absoluto basaba toda su defensa en que “los bollitos le volvieron loco”. En la (estimable) comedia romántica La verdad sobre gatos y perros se hace una referencia a la “defensa Twinkie” en uno de sus diálogos.

Algo igual de llamativo (y, desde luego, mucho menos grave) es el caso de Judd Slivka en 1988. Este adolescente de Livingston, Nueva Jersey, montó una campaña que ríete tú de la de Alf para recuperar su programa de polka favorito en la tele, cuando se enteró de que iban a “matar” a Twinkie The Kid, la mascota de los Twinkie (un Twinkie con traje de cowboy… tampoco es que se rompieran la cabeza). El chaval envió una carta con 135 firmas de amigos, familiares y hasta el director de su colegio amenazando con dejar de comer los bollitos si no le perdonaban la vida a Twinkie The Kid. Dicho y hecho, la mascota “resucitó” en 1990 y es probable que Judd Slivka sea hoy en día un entrañable señor con sobrepeso y venas obstruidas de tanto comer Twinkies. ¡Bien está lo que bien acaba, Judd! Mirad, sanos no son, pero son parte de nuestra vida (especialmente de la de los yanquis) y de algo hay que morir; quizá en un mundo lleno de peligros, los Twinkies sean el más esponjoso y dulce de los venenos. ¡Oh, Twinkies, Oh, grandes!

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