domingo, 9 de julio de 2017

La obsolescencia de las cosas. Y de los señores.

Hace unos cuántos años vi en RTVE un documental sobre la "obsolescencia programada" (reportaje que recuerdo estupendo y que podéis ver en la no menos estupenda web de "la tele de todos"); si no queréis invertir hora y cuarto de vuestra vida en él, ya os lo cuento yo: va de cómo los que cortan el bacalao programan todos los electrodomésticos para que se estropeen pasado un tiempo determinado y así tener que comprar uno nuevo. Desde el punto de vista del comprador no tiene sentido que hagan a posta una cosa que se va a romper, pero desde el punto de vista de los que venden los cacharros es lo más entendible del mundo: si te venden una bombilla que no dejará de funcionar NUNCA, ¿para qué vas a volver a su tienda de bombillas, Bombillas O'Farrell? (Vivo en Dublín y Bombillas O'Farrell me ha sonado bien).

Todo esto viene a cuenta de un pensamiento, de una sensación (de vivir) que he tenido hoy mientras Loida y yo dedicábamos el domingo de asueto a eso, al asueto (pasear, comer helados, esquivar gaviotas) y a ver pijaditas en tiendas varias. Una era de "cosas para el hogar" y he pensado que qué pena que compres lo que compres, la copa para el cóctel, la tabla de madera para servir los quesos o el rebanador de cuellos humanos de invitados plastas... nada quedará tan bien como en la tienda. Nada lucirá tan bonito y habrá alcanzado su prime tanto como en la tienda. Un objeto ha tocado su techo cuanto está expuesto en la tienda, es su noche de San Juan, su día más pleno de luz. Una vez lo compran y sale de la tienda, sus días comienzan a acortarse. Nunca quedan tan bien como en la foto. Se rayan, se manchan, se rompen. Se ponen feos. Y viejos. Y se convierten en clutter. Y hay que empezar desde el principio.

Esto me está ocurriendo también a mí, que me estoy convirtiendo en clutter. Ojeras, dolores de espalda tremendos, sueño permanente desde que me levanto, pesadez suma. Solo espero, deseo, que no haya llegado ya mi prime, quiero creer que aún no he sido expuesto en la tienda. No puede ser.

3 comentarios:

  1. Jajaja, cuando he leído esto, he recordado una entrada que escribiste en tu blog dublinés sobre las palomas y su ruptura del pacto, así que he escrito en la caja de búsqueda del blog la palabra «palomas». Y uno de los resultados me ha conducido a esta grandiosa entrada:

    https://lapintaroja.wordpress.com/2016/11/06/pero-que-les-pasa-a-las-gaviotas-y-las-palomas-de-dublin/

    Lo que no me ha terminado de quedar claro tras releer esa entrada es si las gaviotas también han roto el pacto. Es decir, ¿había (hay) un pacto)?, ¿la humanidad llegó a firmar un pacto también con las gaviotas?

    Te pediría que dedicaras una entrada a responder a esta cuestión, pero soy consciente de que sería un abuso, así que me conformo con que contestes con un comentario, jajaja.

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    1. El único pacto que conocen estos animales salvajes es el que han hecho con los basureros de Dublín: "No recojáis las bolsas de basura hasta que nosotras las hayamos picoteado, destrozado y extendido por las aceras como mantequilla sobre tostada". Es un pacto miserable. LAS ODIO.

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    2. ¿Merecen la muerte? Así, en general, todas, ¿la merecen?

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