Si existe el turismo gastronómico, ¿existe el turismo literario? Claro
que sí. Buscas en Google “turismo literario” y te salen más de 600.000
resultados. La Wikipedia, siempre fiel como el (difunto) perrito de Lycos,
define el término como ir a los sitios que aparecen en las novelas o ir a los
sitios donde los escritores escribieron novelas famosas. Sin embargo, este no
es el turismo literario que yo practico. Ni de lejos.
En mi reciente viaje a Barcelona practiqué una vez más mi particular
versión del turismo literario, que quizá podríamos llamar “turismo de dejarse
la pasta en las librerías locales”. La cosa es tal que así: voy a un sitio, me
quedo FASCINADO con todas las novedades editoriales que veo allí, y arramplo
con media librería (repetir el proceso en tres o cuatro tiendas distintas). Esto acaba resultando en dolores de espalda, ya que cargo por toda la
ciudad con toneladas de libros, como si me dedicara a los portes. La idea siempre es
ir sin maletas a mi destino para no poder comprar nada… pero la cabra tira al monte, y el mío
está forrado de papel. A mitad de viaje improviso y me compro alguna mochila o
bolsa de mano de bajo precio para llenarla de mis queridos libros. Si se
vendieran alforjas, compraría alforjas.
(Una vez compré en una Charity Shop de Londres una maletita de lasBratz que me vino de perlas… sí, hubo miradas en el aeropuerto… pero aquellas
Bratz me dieron un soporte máximo, siempre han estado conmigo y, una vez más,
resolvieron).
Este hábito enfermizo de adquirir libros allá donde voy bien lo conoce
(y bien lo sufre) Loida, que viendo Roma Ciudad Abierta se acordó de mí en el
momento de la foto que encabeza este post. No puedo evitarlo. Es superior a mí.
Cualquier deseo previo de “esta vez no me voy a comprar ningún libro” queda
inmediatamente quebrado en cuanto entro en una librería de la ciudad X. No
puedo no comprar libros. ¿Es grave, doctor?
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