Hay algo en la observación, la pura y simple observación, que siempre me ha fascinado. Mirar algo durante un largo periodo de tiempo para ver lo que hace o deja de hacer, o simplemente para apreciar su quietud, me ha resultado siempre algo de lo más interesante. Ver una brizna de hierba agitada por el viento, la terraza del vecino de enfrente (y al vecino cortándose las uñas de los pies), cómo se derrite un hielo en el vasito de cristal de AeroMexico que robé cuando volé con ellos, el desnudo parcial de Pamela Anderson a través de la pantalla del portátil, las líneas negras de roña que conforman la suciedad de mi escritorio, lo que acontece al otro lado de la ventana del autobús que me trae de vuelta a Madrid tras un viaje relámpago a Burgos... todo me deja algo, todo me enreda, a la nada le saco algo; y no es que quiera celebrar la inacción, la pasividad ante la propia vida, pero sí quiero reivindicar desde aquí el noble arte de la observación con el único propósito de ver lo que pasa (o no).
Leo en internet que la observación, palabra que viene del latín (observare), es una habilidad que nos permite conocer la realidad al examinar detalladamente un objeto o suceso para registrar cómo es y cuantos cambios se produzcan en él. Bueno, yo no sé si observo cosas para registrar nada (más allá de la propia realidad que registran mis ojos por el mero hecho de permanecer abiertos), pero sí que confirmo que al mirar algo durante un buen rato se acaba aprendiendo sobre ese algo. Y aprender algo sobre ese algo, irremediablemente, lo cambia. Ya no es el algo inicial (UNA ALGA), sino un algo distinto; observado, conocido, asumido. Viene todo este rollo a cuento de dos producciones que he visto/estoy viendo recientemente, que prácticamente comparten título, una es la serie de Netflix The Watcher; y la otra es una película de suspense (que no de terror) llama Watcher a secas, sin el The. Las dos tratan precisamente de esto, de observar, de mirar, de centrar los ojos obsesivamente en algo o en alguien; y de cómo estos ojos clavados pueden alterar el ecosistema de lo observado. ¡Tanto rollo para decir que te gustan las pelis de psicópatas y de mirones! Sí, bueno, vale... pero lo cierto es que estas dos producciones han llegado a mi vida así, de repente, sin yo proponerme juntarlas por su temática y título casi replicantes entre sí, y que ambas confirman lo que ya sabía sobre mí mismo desde hace mucho tiempo, que observar obsesivamente algo es algo, valga la redundancia, que me inquieta y atrae a partes iguales.
¿Por qué esa recreación en el simple acto de mirar? Será porque siempre he sido más de interiorizar pensamientos que de expresarlos y a fuerza ahorcan; o será porque siento una curiosidad innata (y posterior desprecio al conocer su realidad) ante lo que me rodea... Lo que sí puedo asegurar es que esta afición por mirar hardcore (la única forma de mirar de Elon Musk) no me ha permitido (¿todavía?) desarrollar la habilidad de la escopaestesia. Esto es el "efecto mirada en la nuca", cuando percibes que alguien te está mirando fijamente. Resulta que el fenómeno (que en algún momento habrás experimentado o, al menos, CREERÁS haber experimentado) es algo bastante extendido y, en caso de ser este cierto, permitiría a ciertas personas detectar "de forma extransensorial" (¡ojo!) cuando están siendo mirados fijamente. Algo de esto hay (llámalo escopaestesia, llámalo paranoia) tanto en Watcher, como en The Watcher. Las vidas de Maika Monroe, Naomi Watts y Bobby Cannavale se alteran, se perturban, se desnudan, se inquietan ante esas miradas que se te clavan como espadas. ¡¡Ay, esas miraditas!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.