Mi padre es profesor (o era, se ha jubilado hace poco) y siempre he tenido un contacto directo con esta profesión. Contrariamente a la leyenda popular (tienen tres meses de vacaciones y apenas trabajan), no recuerdo un solo fin de semana en el que mi padre no tuviera pilas de trabajos/exámenes en la mesa del salón (no tenia despacho propio) y no se pasara las mañanas y parte de las tardes DE SUS SÁBADOS Y SUS DOMINGOS corrigiendo como un cosaco. Mi padre lo daba todo. Se curraba las clases, sacaba diapositivas (cuando se hacían esas cosas), se compró un micrófono pagado de su bolsillo para llegar mejor a los alumnos y forzar menos la voz (recuerdo las gárgaras que hacía a veces en la cocina para aclarar la garganta), seleccionaba clips de películas relevantes para el tema que estuviera dando, redactaba sus propios apuntes que entregaba a los alumnos, los llevaba al Congreso de los diputados, a bibliotecas y museos… vamos, que mi padre no era de los del “monólogo y a positivar”. Siempre he despreciado a todos esos profesores que se limitan a enunciar en alto conocimientos. Y ya. ¡Ojalá alguno, también, promoviendo el debate y el pensamiento crítico! En el colegio me fue de pena. Obviamente, por culpa mía. Pero no puedo decir que los profesores me motivaran especialmente, tan solo recuerdo a un par que me dejaron algo (la vez que toda la clase cantamos juntos The River of Dreams de Billy Joel en clase de inglés es uno de esos momentos que nunca se me borrarán de la mente). Hay muchos profesores que saben muchas cosas pero no saben contarlas, no saben llevar a un grupo, no saben estimular más pensamiento que el de "que se acabe esto cuanto antes". Yo creo que un profesor, además de saber muchas cosas, debería inspirar. En fin, que me parece a mí que es mucho pedirle al profesor español que altere su monólogo; si no lo hacía en español, ¡cómo lo va a hacer en inglés!
No quiero terminar sin rescatar un par de respuestas que me han fascinado de David Marsh, en las que deja claro que un nuevo método de enseñanza es posible:
P. Hay familias que pueden temer que sus hijos sean parte de un experimento. Poner el énfasis en el aprendizaje de un nuevo idioma en detrimento de asignaturas como historia y matemáticas. ¿Es una buena idea dar esas asignaturas en inglés?Y esta otra:
R. Podrían estar en lo cierto y que sus hijos estén perdiendo el tiempo. Si la metodología que usa el centro replica la enseñanza en castellano en lugar de enfocarla en torno al razonamiento en inglés, tienen un problema. El profesor plantea preguntas estúpidas, como qué haría el alumno si le tocara la lotería. Si preguntamos cosas artificiales, nos quedamos en un aprendizaje superficial. En cambio, si les planteas cuál es la diferencia entre un héroe y un famoso, no le estás forzando a construir un argumento en inglés. Ahí conectas con su emoción, ese es el poder de CLIL.
P. Si el aprendizaje efectivo de nuevos idiomas está tan relacionado con la innovación educativa y la renovación de los métodos, ¿tiene sentido ponerlo en marcha en centros públicos que todavía no se han transformado?
R. No tenemos tiempo. Un sistema educativo necesita 20 o 30 años para evolucionar. Nuestro mundo cambia tan rápido que no podemos esperar a que la escuela se adapte. Otra cuestión es cómo repercute la innovación en el posicionamiento internacional de las escuelas. Finlandia ha perdido su posición en PISA - la prueba internacional sobre educación más reconocida del mundo elaborada por la OCDE-. Solía estar en el top mundial en diferentes rankings, pero apostó por enseñar a pensar y bajó. Hay algunos países que están haciendo trampa, dejan fuera de las mediciones las zonas rurales para puntuar más alto. En Finlandia hemos apostado por el llamado aprendizaje por fenómenos, un tema que cruza varias asignaturas y a la vez usa el inglés. Por ejemplo, el embarazo no deseado en las jóvenes, se estudia en la asignatura de economía y desde la perspectiva de políticas sanitarias.