viernes, 19 de octubre de 2018

This is all going too fast

Una de las cosas que más echo de menos de cuando era pequeño era la lentitud del tiempo. El tiempo se tomaba su tiempo. Para pasar. Volvamos atrás en el tiempo, a las vacaciones del colegio, ¿no duraban aquellos tres meses como... no sé, seis? Los años eran largos, las vivencias estaban bien distribuiditas, esparcidas como cuando te queda poca mantequilla, cubriendo bien todos los bordes. A medida que cumples años (y, en mi caso, cumplo más que ningún ser humano), el tiempo se comprime, ¡antes eran ficheros PDF que tardaban en cargar y ahora son archivos zip! ¡Todo viene empaquetado y de golpe! ¿Dónde quedó el esparcimiento, las largas explanadas sin sucesos, los meses eternos sin demasiada actividad más allá de planear un futuro glorioso (que nunca llegaría)? Me hago muy mayor, me decrepito a pasos agigantados, me hago mayor a pasos de André El Gigante. El tiempo pasa rapidísimo, me planteo las cosas en fajitas de meses. ¡¿Te puedes creer que ya han pasado dos años desde XXXXX?! Los días se suceden como una marabunta, los meses irrumpen como el rinoceronte de Jumanji. Yo necesitaría un time out de Zack Morris, necesito hablar a cámara. Un momentito, por favor.

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