martes, 12 de diciembre de 2017

El harapiento de Zúrich


El harapiento de Zúrich nació hace ya muchos años en unas vacaciones de navidad.  No es que Loida y yo creáramos a este ser de ficción, sino que fue él quien se imaginó a sí mismo y vino a nosotros en un dulce sueño. El harapiento de Zúrich nace a partir de los guantes "de invierno" que me llevé a la ciudad suiza. Loida los llamó "tus guantes de harapiento” desde el primer día (por cierto, quise ir a Zúrich tan solo porque vi una peli de Unax Ugalde y la ciudad parecía muy bonita, estas son mis razones para hacer las cosas). Pero a ver, precisemos, no es que sean “guantes de harapiento”, es solo  que...


... estaban un poco sucios. Y un poco rotos, con algún hilillo deshilachado. Y el look en general de los guantes, con los dedos al fresco y una especie de capucha para cubrirlos cuando el frío aprieta, es el de esos pobres tipos que para calentarse en la calle prenden unos papeles dentro de un cubo, cerca del carrito de la compra donde tienen sus pertenencias. Nada más lejos de mi intención que reírme del aspecto o la situación de nadie, tan solo se da la circunstancia de que LES COPIÉ EL ASPECTO. Copycat, con Sigourney Weaver.


Os confesaré algo: me compré los guantes porque se los vi a Pacey Witter (Joshua Jackson) en la tercera temporada de Dawson Crece, cuando tenia que cuidar del niño de Jerry Maguire. Eso de tener los dedos descubiertos cuando necesitas, por ejemplo, sortear monedas en el monedero, y tenerlos tapados cuando no necesitas usarlos, me pareció la idea definitiva, EL GUANTE PARA ACABAR CON TODOS LOS GUANTES.

Es verdad que luego no son tan prácticos como parece, enganchar la capuchita en los botones cuando quieres el descapotable abierto tiene su aquel, pero sigo enamorado de mis guantes. Son chulos, son harapientos, son los para la Y lo más curioso es que tienen éxito all around the world. Tras haberse reído Loida de ellos durante años, mis guantes de harapiento se están reivindicando en mis últimos viajes: en un museo de Múnich uno de los guardas de seguridad se me acercó para preguntarme donde los había comprado porque nunca había visto cosa igual (eso es porque no viste Dawson Crece, toda tu vida en los museos y claro... TE PIERDES EL ARTE DE VERDAD), y hace poco en Valencia un matrimonio se detuvo en plena calle para averiguar su mágica procedencia puesto que “nuestra hija está buscando unos igual y no los encuentro en ninguna parte” (no he añadido una sola coma... es una frase sin comas, de hecho). Les dije la verdad, que no recordaba donde los había comprado, pero que era la mejor compra de mi vida. Son lo único que tengo. LO SON TODO.


Ojalá algún día nos sentemos Loida y yo alrededor de una hoguera (o de un cubo de latón con papel ardiendo dentro) para idear las canciones del harapiento. Porque El harapiento de Zúrich debería ser un musical y triunfar en Gran Vía, Broadway y el West End (siempre le digo a Loida que se hacen musicales de las cosas más estúpidas y los humanos las abrazamos con efusividad cegadora, sin reparar en su ridiculez: Cats son SEÑORES DISFRAZADOS DE GATOS CANTANDO). La historia que se nos ocurrió en Zúrich es la de un tipo que lo tenía todo y que fue defenestrado a los bajos fondos de la sociedad, desde donde lideró una revolución social que dinamitó los muros entre pobres y ricos. 


El harapiento tan solo necesita enfundarse su guante para instaurar terror entre las clases bienpudientes, y con un solo movimiento de su guante es capaz de dirigir a todos los harapientos, morlocks y chusma en general que sobrevive como puede en la frías calles de Zúrich. Si alguna vez se adapta al cine, ya tenemos pensado el póster para la segunda parte (que le hemos robado a Los Cazafantasmas):


Y la frase promocional podría ser “Fear the glove” (que seria una tagline excelente para un reboot de Freddy, las cosas como son).

Larga vida al Harapiento de Zúrich.




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